jueves, febrero 07, 2013

Entre la decencia y la chabacanería


Siempre he pensado que el lenguaje de los políticos y personas públicas en general debe ser lo más decente posible. Esto por razones lógicas y sensatas de educación básica. Además, los políticos están expuestos permanentemente a ser entrevistados y pienso que por ser personas de interés público, por los cargos y posiciones políticas que ejercen, deben ser racionales y decentes al expresar sus opiniones e ideas.

La escena grotesca que presenciamos, donde el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello utilizando un lenguaje chabacano y soez denuncio a varios diputados de la bancada del partido Primero Justicia por presuntamente haber cometido actos ilícitos al recibir donaciones económicas de personas jurídicas, desenmascaró en forma clara e incuestionable que existen dos formas de lenguaje en el escenario político venezolano; el decente y el chabacano.

Tengo dudas cuando intento explicarme las razones para hablar de la manera tan vulgar, irrespetuosa y ofensiva en que lo hacen los líderes chavistas. Quizás se deba a que el líder supremo de su revolución, fue el primero en hacerlo y ya sabemos la adoración que siente ellos por su líder, al cual intentan copiar y emular en todo.

También me pregunto si es una nueva forma de hacerse entender por el pueblo e intentar ser  pintorescos o simpáticos y parecidos a éste, ya que como sabemos, el populacho en casi todos los países del mundo es grosero por excelencia, salvo en contados países desarrollados.

Otra explicación que intento digerir es la de que posiblemente actúan así por la mediocridad  o bajo nivel educación de la mayoría de los líderes del régimen, razón por las que se les hace difícil expresarse de una manera decente. No descarto tampoco que lo hagan por complejos bien guardados al reconocer que el lenguaje de los opositores es correcto y decente, razón por la que lo califican de aburguesado, de derecha o de oligarcas.

Cualquiera sea la razón que han elegido para expresarse de esa manera tan ordinaria y grosera ante los micrófonos y cámaras de televisión, no veo racionalidad en aquellos de la oposición que intenten imitarlos.  Quizás ser grosero y vulgar, resulte ser más simpático,  y en algunos entornos resulte rentable y beneficioso. Algunos siquiatras aducen que a veces es saludable hablar de esa manera, para descargar el alto nivel de stress. Pero hacerlo en público y acostumbrarse a ello, pareciera más bien ser ridículo y repugnante.
Hablar decente y correctamente no es necesariamente un lenguaje de amanerados ni de aburguesados. Es una forma de calidad de vida que muchos adoptan para comportarse como personas dignas, decentes y respetuosas de sus interlocutores.

En esa grotesca escena a la cual hice referencia anteriormente, los pocos asambleístas opositores que tomaron la palabra lo hicieron en forma ejemplar, respetuosa decente y digna, como debe ser. Ese en mi opinión sebe ser el estilo a utilizar en todos los eventos donde los líderes de la oposición intervengan. No podría decir lo mismo de la bancada oficialista.

La esencia de la democracia es la ofrecer mensajes constructivos no destructivos. Ser populista y pretender llevar mensajes falsos o vulgares al pueblo es una perversión. El modelaje del político y del hombre público es una actitud que debe dignificarse, no prostituirse. 

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