La
noticia más impactante de lo que va del siglo XXI, pudiera ser la del pacto
entre el presidente democrático de los EE.UU. Barak Obama, y el presidente dictador
de Cuba Raúl Castro, quienes anunciaron la semana pasada su intensión de
reiniciar las relaciones diplomáticas directas – rotas desde hace más de 50
años como consecuencia de la decisión de la revolución cubana de abrazar al comunismo
como ideología política y convertirse en dictadura – para iniciar una nueva
etapa de relaciones diplomáticas,
políticas y comerciales entre los gobiernos de ambas naciones.
A
partir del anuncio hecho el mismo día por separado de ambos presidentes, desde
sus respectivos países, ha habido opiniones encontradas en toda América y parte
del mundo, indicativas de que existen diferencias, sintetizadas en dos
posiciones políticas diametralmente opuestas respecto a tal pacto.
Millones
de personas piensan que es una buena y extraordinaria noticia, que beneficiaría
tanto a los gobiernos de EE.UU. como al de Cuba, y por ende, traería progreso
económico, justicia y paz para las poblaciones de ambas naciones. Según esta
postura, América en general también se beneficiaría.
La
otra postura, considera que ha sido una posición blanda de Obama al ceder con
inusitada ligereza ante el gobierno de Cuba, sin antes exigir con firmeza cambios
políticos fundamentales y profundos en la isla, que garanticen la vuelta a la
democracia y a las libertades en dicha nación.
Inversamente,
el presidente Raúl Castro, ha puntualizado que seguiría utilizando al sistema
socialista dentro de la Isla. Es decir la economía del país seguiría siendo administrada
totalmente por el gobierno. Respecto al sistema político comunista de opresión
y control de la conducta del habitante de la isla; Raúl Castro solo se ha
limitado a decir que existen diferencias con respecto a la democracia, y está
dispuesto a “conversar” (no a negociar) sobre estos temas.
Pareciera
que con el “arreglo” de estas nuevas relaciones diplomáticas, solo se llegaría al
beneficio personal y político para Barak Obama, el comercial para el gobierno y
el pueblo de Cuba y el económico para los diferentes inversionistas trasnacionales
dispuestos y listos (con las grandes fauces abiertas) a la espera de aprovechar
los diferentes negocios que sin duda alguna se presentaran y aprovecharan en
Cuba. Sobre la democratización del gobierno, existen hermetismo, especulaciones
y solo esperanzas.
Para
muchos, el pacto ha sido un triunfo para la revolución comunista cubana y un
gran fracaso para la democracia y las libertades. Ni siquiera el capitalismo se
favorecería plenamente, puesto que las negociaciones económicas dentro de Cuba no
serán “ganar – ganar” tal como sucede en
democracia – ya que el gobierno cubano estaría siempre presente en éstas para
intervenir e “influir”. Por ello, me atrevo a asegurar, que no existirán
garantías legales plenas para éstas probables inversiones en la isla.
Pienso
que el lado oscuro de este pacto, es el de que se teme que la población cubana
no será libre, como causa de éste. Existe una gran interrogante sobre cuando se
produciría la vuelta a la democracia en esa nación. Se especula, con cierta
razón, que los derechos del cubano seguirán siendo violados, la pluralidad
política seguirá ausente, la justicia seguirá siendo negada, las elecciones
transparentes seguirán siendo secuestradas y la felicidad del cubano se
limitará quizás a tener más comida, algo de ropa para vestirse, y posiblemente
se divierta con el acceso al Internet; pero seguirá oprimido tal como ahora. El
cubano tendrá que esperar hasta otro nuevo pacto más humano y real. Lo
económico seguirá siendo prioritario a la democracia, siempre por encima de los
derechos humanos, las libertades y la justicia. ¡Qué lástima de pacto!
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